Política como bien común y no como bien personal…

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En Política (como en todo en la vida) el cambio es una constante: se avanza en las ideas (aunque en algunos casos se retrocede), se «remodelan» los partidos, varían las personas dentro de ellos, aumentan o disminuyen los afiliados y simpatizantes, etcétera. Todo ello en base a un programa de actuación, una ideología, un credo, una forma de ver las cosas, siempre en base a «cumplir» el objetivo de atender a la ciudadanía. O, al menos, así debería ser siempre…

 

El problema surge cuando hay quienes vienen a la Política sin ideario, sin sentido de entrega y de servicio a la ciudadanía. Cuando lo que se busca es un «puesto», a ser posible permanente. Cuando se considera la Política como una profesión más, en la que lo que importa es mantenerse en algún cargo bien remunerado. Cuando «el bien común» se confunde con «el bien personal«…

 

En Política (la buena Política, la de verdad), los nombres cambian. Cambian los nombres de las formaciones, de los partidos, pero permanece (o así debiera ser siempre) el ideario, los principios, las convicciones (al menos, para quienes se toman en serio su labor de entrega, de servicio a la comunidad). Ya hemos tenido amplias muestras de ello, tanto a un lado del espectro político como al otro…

 

A veces el nombre cambia para reactivar a la propia formación política, bien porque la denominación haya quedado obsoleta, bien porque se quiera expresar un cambio a mejor, o una ampliación de las ideas (los tiempos cambian y hay que adaptarse a ellos). Bien porque se haya expandido el proyecto político tras la unión con fuerzas de ideología similar. Por eso lo importante no es el nombre, sino las ideas que representa, el proyecto

 

Igualmente van cambiando las personas: Unas permanecen porque saben que les queda mucho por dar a la sociedad. Otras desaparecen porque se dan cuenta de que su función en la vida puede ser otra. Unas se van porque consideran su objetivo cumplido. Otras porque sus ideas, su proyecto, cambian. Entonces, lo correcto es «mandarse a mudar». Irse a otra formación que comparta su «nuevo» ideario. Lo que no es correcto es querer mantenerse en el mismo lugar y que sean los demás los que se adecúen a tus nuevos intereses, tan diferentes a los que hasta ayer mismo defendías

 

En ésto, se puede hacer un símil entre la Política (la buena Política) y el futbol: Un equipo (pongamos la Unión Deportiva Las Palmas) está ahí y tiene sus seguidores. Gente que cree en el proyecto del equipo. Proyecto que se mantiene aunque cambien los jugadores. Jugadores que, como los políticos, cuando creen que estarían mejor en otro lugar, se pasan a otro equipo. Lo que sería absurdo es que hubiera jugadores amarillos que prefirieran que la U. D. Las Palmas pasase a ser filial del Club Deportivo Tenerife (por poner un ejemplo)…

 

Para empezar, no sólo estarían traicionando a sus seguidores (sus votantes en Política), sino que estarían traicionando a sus compañeros, a las ideas que hasta ahora habían defendido y, sobre todo, se estarían traicionando a sí mismos (o al menos, a la imagen que hasta ahora habían dado al público)…

 

El gran arte de la Política es el debate, la confrontación de ideas de manera interna, buscando siempre el acuerdo, la confluencia, y no la imposición del pensamiento propio concuerde o no con el llevado hasta ahora. Para eso, como en los equipos de futbol, lo mejor es mudarse a donde los propios intereses demanden. Pero la Política (al menos la Política bien entendida) no va de «propios intereses» sino de intereses generales. Del bien común, del servicio a la ciudadanía…

Ángel Rivero García