Aires de grandeza

David Cabrera de León (4)

Por David Cabrera de León.

 

“La población de El Hierro crece en 160 personas en 2024 y se sitúa en 11.806 habitantes según el ISTAC”. Este titular puede parecer un dato anecdótico frente a los más de 2,2 millones de residentes que alcanzó Canarias en 2024. Un crecimiento que refleja la compleja y desigual realidad en el reparto poblacional del archipiélago.

 

Mientras las islas capitalinas, Tenerife y Gran Canaria, concentran más del 81% de la población total, las islas mal llamadas menores celebramos incrementos modestos. Un contraste que pone de manifiesto la precaria situación de estas islas “periféricas” y la falta de una política territorial coherente en Canarias.

 

El hecho de que un aumento tan pequeño sea motivo de celebración revela la fragilidad demográfica de nuestra isla. Cuando en realidad, este crecimiento apenas compensa años de estancamiento y no resuelve los problemas estructurales que enfrenta la isla: envejecimiento poblacional, falta real de oportunidades laborales estables y limitación de servicios básicos, entre otros.

 

Y mientras tanto, la concentración desmesurada de las islas capitalinas genera problemas cada vez más graves como la saturación de infraestructuras y servicios públicos o la presión de los recursos naturales. Además, este crecimiento descontrolado acaba limitando los recursos humanos y económicos del resto de las islas, perpetuando un ciclo de desequilibrio.

 

En este contexto, los cabildos insulares jugamos un papel crucial en el desarrollo económico de las islas. Estas instituciones tienen la capacidad de implementar políticas adaptadas a las necesidades específicas de cada territorio. Sin embargo, la falta de recursos y la centralización de decisiones en las islas de Tenerife y Gran Canaria han limitado su efectividad para contrarrestar los desequilibrios de los que hablamos. Los cabildos podríamos ser instrumentos para promover un desarrollo más equilibrado, pero necesitamos mayor autonomía y recursos para cumplir eficazmente nuestra función.

 

A pesar de los discursos sobre desarrollo equilibrado y cohesión territorial, la realidad es que las políticas han fracasado. El actual reparto poblacional en Canarias es el resultado de décadas de una planificación territorial deficiente y de un modelo económico basado en el monocultivo turístico frente a la diversificación.

 

La falta de una visión integral del archipiélago ha llevado a decisiones cortoplacistas que han agravado los desequilibrios. La ubicación de servicios e infraestructuras clave (hospitales, universidades, centros de investigación, sedes del gobierno…) ha seguido una lógica centralista que refuerza la hegemonía de las islas “mayores”.

 

Debemos reflexionar sobre el modelo territorial canario. Si bien es cierto que se ha dado el primer paso por parte del Gobierno de Canarias de formar los grupos de trabajo encargados de encontrar las medidas para afrontar los desafíos insulares del reto demográfico en Canarias, es fundamental que estas iniciativas se traduzcan en acciones concretas y sostenibles en el tiempo.

 

Debemos repensar completamente la distribución de la población y los recursos de nuestro archipiélago. Se necesitan políticas valientes que desincentiven el crecimiento desmedido en las islas capitalinas, que creen verdaderas oportunidades económicas en las islas no capitalinas y redistribuyan servicios e infraestructuras de manera más equitativa.

 

Solo así podremos aspirar a un archipiélago más equilibrado. Hasta entonces seguiremos celebrando espejismos mientras el desequilibrio real se agrava año tras año.