Negocios de cuerpos y almas: la esclavitud que no se quiere ver

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Estoy cansado.

Cansado de ver cómo se romantiza el dolor. Cómo se viste de brillo lo que es sangre. Cómo se le dice “libertad” a lo que tantas veces es esclavitud.

Hablo de la prostitución.
De ese negocio millonario que consume cuerpos y devora almas.
De esa industria que se alimenta de la desigualdad, del abuso, del abandono, del silencio.

En redes se celebra, se aplaude, se sube contenido “empoderado” que muestra a la prostitución como un acto de elección, como un símbolo de independencia, como una vía rápida a la riqueza. Pero nadie muestra el precio real. Nadie muestra las cicatrices que no se ven. Nadie muestra a las personas que no pudieron elegir. O que lo hicieron, sí… pero como última, desesperada opción, entre morirse de hambre o vender su humanidad a pedazos.

He escuchado demasiadas historias. Cientos.

Historias que me quitaron el sueño.

Historias de niñas vendidas por sus familias, de adolescentes secuestradas y encerradas, de mujeres que se refugiaron en el cuerpo como única moneda de supervivencia.

Historias de hombres también, silenciados por la vergüenza.

Historias de personas trans que fueron expulsadas de todo lugar seguro y hallaron en la prostitución una calle que tampoco las abrazó.

Y sí, escuché también unas pocas —muy pocas— que dijeron haberlo elegido desde el inicio. No voy a negar que existen. Pero el problema no es si una minoría siente control. El problema es que se usa esa minoría como excusa para invisibilizar el infierno que viven miles.

Porque lo que vi en ese mundo no se parece en nada a la libertad.

Lo que vi fue dolor, violencia, narcotráfico, manipulación, pobreza, enfermedades no tratadas, pérdida del sentido, alienación.

Vi cómo se borra la identidad, cómo se le arranca a alguien hasta su nombre.

Vi cómo se les entrena para obedecer, para aguantar, para no llorar.

Vi cómo se anestesia el alma para sobrevivir a la rutina del abuso diario.

Vi cuerpos abiertos por fuera y rotos por dentro.

Y mientras tanto, la maquinaria sigue funcionando. Porque es rentable.
El mercado global de la prostitución mueve miles de millones.
A nivel mundial, más de 40 millones de personas son víctimas de esclavitud moderna. El 71% son mujeres y niñas.
Solo en España, se estima que más de 114.000 mujeres ejercen la prostitución, y al menos 92.000 de ellas podrían estar siendo explotadas.
No son cifras. Son personas. Y están gritando.

¿De verdad queremos seguir romantizando esto?

¿De verdad queremos que nuestras hijas crean que vender su cuerpo es una vía válida y empoderada cuando el mundo les niega educación, salud, techo y contención?

¿De verdad queremos seguir mirando a otro lado mientras las redes de trata operan a plena luz del día?

La trata de personas es la segunda industria criminal más lucrativa del mundo, después del narcotráfico.
En Europa, 2 de cada 3 víctimas de trata son niñas y mujeres.
En todo el planeta, 152 millones de niños son víctimas de trabajo infantil. Algunos son forzados a trabajar. Otros son vendidos. Otros son violados por dinero.
¿Eso también lo vamos a llamar “trabajo sexual”? ¿Eso también se empodera?

Porque sí, hay que decirlo con todas las letras: pagar por sexo cuando la otra persona no quiere estar ahí, es violación con disfraz.
Y muchas veces, no quieren. Pero no pueden decir que no. Porque el hambre, la droga, la amenaza o la desesperanza las acallan.

Este no es un discurso conservador, ni moralista.

Es un grito ético, humano.

No se trata de juzgar a quienes están ahí —muchas veces son las víctimas más invisibles—, sino de denunciar un sistema que los empuja, los usa, los calla y después los desecha.

Se trata de despertar.
De dejar de consumir este espectáculo del dolor ajeno como si fuera entretenimiento.
De dejar de aplaudir a los proxenetas con corbata y a los consumidores que se escudan en su “derecho”.

La prostitución no es un trabajo como cualquier otro.

Porque ningún otro trabajo exige que alguien invada tu cuerpo, borre tus límites, compre tu intimidad y te deje con la mirada vacía.
Ningún otro “trabajo” implica sobrevivir entre 10, 15, 20 “clientes” por día que te atraviesan sin verte.

Y no, el consentimiento no es real cuando la alternativa es morirse.

Cada vez que un cliente entraba, sentía que una parte de mí moría. No era solo mi cuerpo el que vendían, era mi alma.”
— Testimonio recogido en Negocios de cuerpos y almas

¿Querés hablar de empoderamiento? Entonces hablemos de educación, de salud mental, de empleo digno, de redes de contención, de refugios, de oportunidades reales.
No de sobrevivir alquilando tu dignidad.

No podemos seguir celebrando la esclavitud porque ahora tiene filtros de Instagram.
No podemos seguir callando cuando lo que está en juego es la humanidad de miles.

Decir que la prostitución es violencia no es discurso de odio.
Es un acto de amor hacia quienes están atrapados ahí, hacia quienes ya no están, y hacia quienes podrían ser los próximos.

Quizás sea tiempo de dejar de romantizar y empezar a responsabilizarnos.
De mirar a los ojos a esas personas, no con lástima, sino con el compromiso de construir un mundo donde no tengan que seguir vendiendo su alma para sobrevivir.